Hace un par de siglos un filósofo
francés, un tal Hipólito, enunció una frase que bien se puede ajustar a la
necesidad humana de viajar, al deseo de evitar lo estático, de romper con la
rutina: “viajamos para cambiar, no de lugar, sino de ideas”. Y, ¿qué mejor para
estimular nuestra mente que adentrarse en las profundidades de Italia? Un país
de visita obligatoria para todos los amantes del arte, de la historia, de la
gastronomía; donde hasta el más desolado de los pueblos tiene encanto y cada
esquina esconde una cultura diferente.
Día 1: Todo viaje tiene un comienzo, el nuestro se sitúa en
Santander, una pequeña ciudad costera del norte de la Península. Tras los
preparativos previos, al volante y ¡a rodar! Y 848 kilómetros después llegamos
a Nimes, Francia, donde nos hospedamos en un pequeño y céntrico hotel antes de
retomar el viaje al día siguiente. Pero como suele pasar en los viajes
planeados, la parada no ha sido elegida de forma arbitraria. En esta localidad
del sur francés se encuentra, entre otros restos romanos, el anfiteatro o Arena
de Nimes, una construcción perfectamente conservada que mantiene su uso en
diversos actos de carácter público y desde cuyas alturas, se puede observar la
totalidad de la ciudad.
Anfiteatro de Nimes. Foto: Ramón Cabarga |
Día 2: Iniciamos el segundo día con buen sabor de boca y las
fuerzas recargadas y en poco más de tres horas, una vez pasada la frontera con
Italia, realizamos la primera parada en el país, en San Remo. Esta ciudad es
conocida principalmente por su puerto pesquero y es un gran foco turístico por
sus aguas cristalinas y su buen clima.
No muy lejos se encuentra Bussana Vechia, una ciudad fantasma situada en
lo alto de una montaña, deshabitada tras un terremoto que causó importantes
daños en los edificios. Merece la pena acercarse ya que varios grupos de
artistas han tomado la antigua ciudad como suya, organizando espectáculos
artísticos entre sus calles y vendiendo en ocasiones su trabajo a los turistas.
Bussana Bechia desde una montaña vecina. Foto: Ramón Cabarga |
Día 3: Al amanecer del tercer día ponemos rumbo a Bolonia, que es según se dice,
una de las ciudades históricas mejor conservadas. En un día entre sus calles
visitamos la Piazza del Nettuno, en la que se encuentra la fuente de Neptuno;
las torres Garisenda y Asinelli, de origen medieval, famosas por su gran
inclinación y la Iglesia de Santo Stefano entre otros monumentos. La ciudad es
famosa por su Universidad, receptora de alumnos de todas partes del mundo
contribuyendo a crear un ambiente jóven y ocioso. Desde aquí partimos para la
república de San Marino, el Estado Soberano más antiguo del mundo. Antes de la
cena, subimos al Monte Titano para observar las tres torres que lo coronan,
cada una situada en uno de sus tres picos.
La bahía de San Marino por la noche. Foto: Ramón Cabarga |
Torre inclinada de Bolonia. Foto: Ramón Cabarga |
Día 4: Por la mañana
temprano dejamos San Marino, no sin antes comprar su tradicional pastel, la
llamada Torta di Tre Monti, y conducimos en dirección a Pompeya. La antigua
ciudad romana fue enterrada junto con todos sus habitantes en una erupción del
Vesuvio en el 79 d.c y actualmente constituye un importante reclamo turístico
ya que las excavaciones arqueológicas han sacado a la luz sus calles. Pasear por
la ciudad supone una vuelta al pasado, un viaje por las costumbres romanas y en
definitiva una experiencia muy recomendable.
Pompeyano. Foto: Ramón Cabarga |
Días 5, 6, 7 y 8: El quinto día
llegamos a la ciudad eterna y durante cuatro días, no podemos hacer otra cosa
que perdernos entre sus calles y contemplar la grandeza de sus monumentos.
Entramos en el coliseo y nos permitimos el capricho de imaginar a los
gladiadores peleando; alzamos la vista para observar el legado de Miguel Ángel
en la capilla sixtina; caminamos por la Via Appia y siguiendo algún que otro
tramo de la gran muralla; probamos los helados de cualquier Gelateria escogida
por azar y avanzamos por entre los puestos asentados a orillas del Tíber. Todo
tiempo es poco para disfrutar de la antigua capital del Imperio Romano y
siempre deja con ganas de más.
Vaticano al anochecer. Foto: Ramón Cabarga |
Coliseo. Foto: Ramón Cabarga |
Día 9: El viaje continúa y
esta vez el destino es Florencia, pero antes, a unos 230 kilómetros de la
capital, paramos para visitar Siena. La ciudad está asentada en una de las
colinas de la Toscana y su peculiaridad reside en las famosas carreras de
caballos que se celebran dos veces al año en la Piazza del Campo. En esta
competición, cada jinete y caballo representa a uno de los distritos en los que
se divide la ciudad, las “contrade”. Destacan sus largas y empinadas cuestas y
el parecido entre los diferentes callejones, que podrían hacer que el más
avispado se perdiese.
Plaza del Campo. Foto: Ramón Cabarga |
Día 10: Florencia,
considerada una de las cunas mundiales del arte y de la arquitectura, es
nuestra penúltima ciudad por visitar. Famosa por el Ponte Vechio o la Piazza
della Signoria, en la que se encuentran el Palazzo Vechio y la Galería de los
Uffici, uno de los museos más importantes de Italia. También por la Piazza del
Duomo, situada a pocos minutos de la recién mencionada, en la que se encuentra
la Basílica de Santa María del Fiore y el Baptisterio de San Juan. Pasamos la
noche en un hotel de las afueras, para descansar antes del último día del
viaje.
Día 11: El décimo primer
día nos lleva a Pisa, localidad pequeña, que poco tiene que enseñar aparte de
su plaza principal, la Plaza de la Catedral, en la que se encuentran la famosa
torre inclinada de Pisa, el Babtisterio, el Duomo y el Camposanto. Una vez
hecha la mítica fotografía sujetendo o empujando la torre, partimos de Italia.
Antes de llegar al punto de partida pasamos la noche en un hotel con vistas al
mar en Villefranche, Francia, para poner el broche de oro a un viaje
inolvidable.
Plaza de la Catedral. Foto: Ramón Cabarga |
Hasta pronto viajeros!!!
GLORIA