lunes, 8 de junio de 2015

Cuaderno de Bitácora: Española en Italia: descubriendo el país vecino


Hace un par de siglos un filósofo francés, un tal Hipólito, enunció una frase que bien se puede ajustar a la necesidad humana de viajar, al deseo de evitar lo estático, de romper con la rutina: “viajamos para cambiar, no de lugar, sino de ideas”. Y, ¿qué mejor para estimular nuestra mente que adentrarse en las profundidades de Italia? Un país de visita obligatoria para todos los amantes del arte, de la historia, de la gastronomía; donde hasta el más desolado de los pueblos tiene encanto y cada esquina esconde una cultura diferente.

Día 1: Todo viaje tiene un comienzo, el nuestro se sitúa en Santander, una pequeña ciudad costera del norte de la Península. Tras los preparativos previos, al volante y ¡a rodar! Y 848 kilómetros después llegamos a Nimes, Francia, donde nos hospedamos en un pequeño y céntrico hotel antes de retomar el viaje al día siguiente. Pero como suele pasar en los viajes planeados, la parada no ha sido elegida de forma arbitraria. En esta localidad del sur francés se encuentra, entre otros restos romanos, el anfiteatro o Arena de Nimes, una construcción perfectamente conservada que mantiene su uso en diversos actos de carácter público y desde cuyas alturas, se puede observar la totalidad de la ciudad.


Anfiteatro de Nimes. Foto: Ramón Cabarga

 
Día 2: Iniciamos el segundo día con buen sabor de boca y las fuerzas recargadas y en poco más de tres horas, una vez pasada la frontera con Italia, realizamos la primera parada en el país, en San Remo. Esta ciudad es conocida principalmente por su puerto pesquero y es un gran foco turístico por sus aguas cristalinas y su buen clima.  No muy lejos se encuentra Bussana Vechia, una ciudad fantasma situada en lo alto de una montaña, deshabitada tras un terremoto que causó importantes daños en los edificios. Merece la pena acercarse ya que varios grupos de artistas han tomado la antigua ciudad como suya, organizando espectáculos artísticos entre sus calles y vendiendo en ocasiones su trabajo a los turistas.

Bussana Bechia desde una montaña vecina. Foto: Ramón Cabarga

Día 3: Al amanecer del tercer día ponemos rumbo a Bolonia, que es según se dice, una de las ciudades históricas mejor conservadas. En un día entre sus calles visitamos la Piazza del Nettuno, en la que se encuentra la fuente de Neptuno; las torres Garisenda y Asinelli, de origen medieval, famosas por su gran inclinación y la Iglesia de Santo Stefano entre otros monumentos. La ciudad es famosa por su Universidad, receptora de alumnos de todas partes del mundo contribuyendo a crear un ambiente jóven y ocioso. Desde aquí partimos para la república de San Marino, el Estado Soberano más antiguo del mundo. Antes de la cena, subimos al Monte Titano para observar las tres torres que lo coronan, cada una situada en uno de sus tres picos.

La bahía de San Marino por la noche. Foto: Ramón Cabarga

Torre inclinada de Bolonia. Foto: Ramón Cabarga


Día 4: Por la mañana temprano dejamos San Marino, no sin antes comprar su tradicional pastel, la llamada Torta di Tre Monti, y conducimos en dirección a Pompeya. La antigua ciudad romana fue enterrada junto con todos sus habitantes en una erupción del Vesuvio en el 79 d.c y actualmente constituye un importante reclamo turístico ya que las excavaciones arqueológicas han sacado a la luz sus calles. Pasear por la ciudad supone una vuelta al pasado, un viaje por las costumbres romanas y en definitiva una experiencia muy recomendable.


Pompeyano. Foto: Ramón Cabarga

Días 5, 6, 7 y 8: El quinto día llegamos a la ciudad eterna y durante cuatro días, no podemos hacer otra cosa que perdernos entre sus calles y contemplar la grandeza de sus monumentos. Entramos en el coliseo y nos permitimos el capricho de imaginar a los gladiadores peleando; alzamos la vista para observar el legado de Miguel Ángel en la capilla sixtina; caminamos por la Via Appia y siguiendo algún que otro tramo de la gran muralla; probamos los helados de cualquier Gelateria escogida por azar y avanzamos por entre los puestos asentados a orillas del Tíber. Todo tiempo es poco para disfrutar de la antigua capital del Imperio Romano y siempre deja con ganas de más.

Vaticano al anochecer. Foto: Ramón Cabarga

Coliseo. Foto: Ramón Cabarga

Día 9: El viaje continúa y esta vez el destino es Florencia, pero antes, a unos 230 kilómetros de la capital, paramos para visitar Siena. La ciudad está asentada en una de las colinas de la Toscana y su peculiaridad reside en las famosas carreras de caballos que se celebran dos veces al año en la Piazza del Campo. En esta competición, cada jinete y caballo representa a uno de los distritos en los que se divide la ciudad, las “contrade”. Destacan sus largas y empinadas cuestas y el parecido entre los diferentes callejones, que podrían hacer que el más avispado se perdiese.


Plaza del Campo. Foto: Ramón Cabarga


Día 10: Florencia, considerada una de las cunas mundiales del arte y de la arquitectura, es nuestra penúltima ciudad por visitar. Famosa por el Ponte Vechio o la Piazza della Signoria, en la que se encuentran el Palazzo Vechio y la Galería de los Uffici, uno de los museos más importantes de Italia. También por la Piazza del Duomo, situada a pocos minutos de la recién mencionada, en la que se encuentra la Basílica de Santa María del Fiore y el Baptisterio de San Juan. Pasamos la noche en un hotel de las afueras, para descansar antes del último día del viaje.

Puente Vecchio. Foto: Ramón Cabarga

Día 11: El décimo primer día nos lleva a Pisa, localidad pequeña, que poco tiene que enseñar aparte de su plaza principal, la Plaza de la Catedral, en la que se encuentran la famosa torre inclinada de Pisa, el Babtisterio, el Duomo y el Camposanto. Una vez hecha la mítica fotografía sujetendo o empujando la torre, partimos de Italia. Antes de llegar al punto de partida pasamos la noche en un hotel con vistas al mar en Villefranche, Francia, para poner el broche de oro a un viaje inolvidable.

Plaza de la Catedral. Foto: Ramón Cabarga


Hasta pronto viajeros!!! 


GLORIA 

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